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Iraitz Cordero

Desde la cola del avión siempre se escuchan sus susurros, obsesionados con la música, con traducir las nubes que le rondan en pentagramas. Iraitz Cordero no ha dejado las suelas de sus botas junto a las del cantante de Marea, ni ha compartido aplausos con La Fuga o una cerveza si quiera con Rosendo. No consiguió ser telonero de Extremoduro antes de que anunciasen su retirada, aunque le hubiese gustado. Él simplemente toca. Canta. Compone. Y quiere tocaros. La guitarra y los recuerdos, con canciones que hablan y suenan a su propia memoria, a los bares en los que la quiso, a las calles donde tuvo que olvidarla, a los abrazos de una familia al llegar a casa, a noches de Portugal, a las risas de un amigo mientras comen macarrones en un sofá. A esas pequeñas cosas que ojalá se pudiesen embotellar para llevarlas en petacas a todas partes y revivirlas una y otra vez. Iraitz no tiene la fórmula de convertir las emociones en líquidos transportables, pero sí en sonidos, en estribillos azules, en acordes que de pronto sonarán a tus propias polillas y mariposas.

Quizá este no sea el material más profesional que has tenido en tus manos, probablemente tampoco lo hayas comprado en una gran superficie comercial. Y es que tras estas hojas y plástico que ahora sujetas, no hay un manager, ni una discográfica, ni una agencia de contratación que haya mediado para ponerlo justo donde está ahora, en ti. Es el trabajo totalmente propio y autónomo de un chico que ha cogido sus éxitos, fracasos, ideas y ganas, muchas ganas, y le ha dado forma como en la película Ghost lo hacían con aquel jarrón. Lo ha moldeado, con amor, con una banda sonora de recuerdos en futuro, con más horas que ahorros, con la ilusión de que alguien lo escuche y lo comprenda. Se comprenda. Y es que, al fin y al cabo, qué es el arte si no eso, un espejo en el que reconocernos. Y hacerlo sintiéndonos menos solos. 

Iraitz es ingeniero por vocación y rockautor por definición, porque son las vísceras quienes siempre nos determinan. Después de un tiempo dedicándose al rock como parte de otros proyectos, este año pandémico se ha atrevido a saltar en solitario, a ser él en crudo, como un sushi sincero y natural que ni siquiera pretende gustarte, sino llenarte el estómago. Llenártelo de esos nervios de erizo que despierta lo hecho de un modo honesto. El disco lleva de nombre (Im)perfecciones porque no quiere ser más que eso, las historias de alguien de 25 años que espera ponérselas a los 50 con algún tatuaje más pero la misma ternura con las que hoy te las enseña.

Podría escribir libros enteros sobre Iraitz. Decir, por ejemplo, que tiene ojos de agua y te deja ver a través de ellos. Que es la constancia, el esfuerzo y la espontaneidad vestido con ropa oscura. Pero no quiero restarte ni un segundo más del que ya lleves leyendo esta biografía. Sólo dale al play. Y como en un buen beso, que sea lo que tenga que ser.


 Biografía redactada por la escritora y poeta Amaia Barrena.